El recuerdo de nuestro lugar mágico
Ando preparando las cosas de mi inminente desaparición del mundo urbanita, a ver, preparar, preparar... Siempre he sido un poco desastre para esas cosas, más bien tengo un mapa mental, que no escrito, siempre ha sido un fallo mío y la verdad que siempre o casi siempre se escapa algo.
Pero soy así, me gusta dejarlo todo para último momento, toda un caos mental , como mucho hago una lista de las cosas que hay que ir a comprar y poco más. La maleta, cargar el coche, ver que hace falta, todo el último día, pero tiene una explicación.
Ya en unas tres o cuatro ocasiones me ha pasado, por intentar salirme de mi norma, de tenerlo todo listo un par de días antes y ¿Qué pasa? Pues que entonces por el motivo que sea está al final de la maleta y.... ¡Vuelta a sacar todo! Entonces se apodera de mí una rabia interna desmontar y montar de nuevo todo, por qué créeme nunca vuelve a quedar igual que la primera vez.
¿Vosotr@s como sois, de todo preparado con antelación o un desastre de último momento?
Planeando, ya digo mentalmente, la hora de salida y el que llevar, viene a mi memoria un lugar de desconexión al cual estuve yendo con los 2 peques en 2.017 y 2.018. Un pequeño pueblo cerca de Figueres, para mi hijo es su pueblo, Sant Miquel de Fluvià.
Un pequeño municipio por el que pasa el río y había una zona de baño, con poca agua, pero de una paz y calma espectacular. Digo tenía por qué las tormentas de este invierno, se lo han llevado todo por delante.
Allí, con el depósito lleno de gasolina y 50 euros en el bolsillo, dormíamos en el coche los 3, asientos hacia delante, colchón hinchable y ya teníamos la suite junto al río, por la mañana se desmontaba todo y sacábamos mesa con sillas plegables y ya teníamos el comedor, en una roca y con el fogón lo mismo estábamos haciendo el café con tostadas del desayuno, que comiendo unos macarrones, que una tortilla o una carne a la plancha, llegaba la noche, excedíamos el pareo y las almohadas, para observar las estrellas o descubrir el maravilloso espectáculo de luces que nos ofrecían la luciérnagas, era simplemente mágico.
La gente del pueblo un encanto, hicimos amistad, nos traían tomates del huerto, nos acercaban uvas de sus parras, a día de hoy aún tenemos relación con la familia del electricista del pueblo.
Con esto quiero decir, que no es más rico el que más tiene, si no el que menos necesita, que en los pequeños detalles está la grandeza de la vida. Si, quizás suene a tópico, pero es la realidad, cuando has saboreado esos momentos lo sabes. En aquellos tiempos no había mucho donde rascar económicamente, más bien casi nada y con lo que nos hubiera servido para la compra de la semana y nuestro coche, ya tuvimos un hotel de mil estrellas y dormíamos mecidos por el sonido del río. La reflexión de mi hijo en aquellos momentos, simplemente única: “Mamá, haces lo que sea por nosotros, si no llega para vacaciones, te inventas la forma”
Para
ellos y para mí es un lugar muy especial, que este verano iremos a
visitar, pero no a dormir, ya no se puede, pero si una charla con
nuestro amigo Antonio y su familia.
Cuando
vimos el vídeo de como había quedado todo después de
las tormentas, no fuimos capaces ninguno de los 3 de terminar de
verlo, las lágrimas nos venían sin
poderlo remediar, nuestro lugar, nuestro pueblo,
nuestra paz en verano, toda arrasada.
Así
que recuerda... No es más rico el que más tiene
Compañer@s
de blog ¿Y vosotros? ¿Tenéis algún lugar
mágico en el que con poco hayáis sido
muy felices?
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